lunes, 9 de marzo de 2009

Compendio de Lecciones de Arquitectura.

por J. N. L. Durand.

La arquitectura es el arte de componer y de realizar todos los edificios
públicos y privados.

La arquitectura es entre todas las artes aquella cuyas realizaciones son las más caras; ya cuesta mucho levantar los edificios privados menos importantes; aún cuesta mucho más erigir edificios públicos, aunque hayan sido concebidos tanto unos como otros con la mayor prudencia, y si en su composición no se han seguido más guías que el prejuicio, el capricho o la rutina, los gastos que ocasiona se convierten en
incalculables.

Sin embargo, la arquitectura, ese arte cuyo empleo es tan costoso, es al mismo tiempo aquel cuyo uso es más constante y más general; en todos los lugares y en todas las épocas se ha construido un gran número de moradas privadas para los individuos y de edificios públicos para las diferentes sociedades que han poblado la tierra, y a pesar de la multiplicidad de estos edificios, a pesar de los miles de ejemplos, más o
menos preocupantes, como el que acabamos de dar, ejemplos que bastarían para hastiarnos de la arquitectura, cada día veo levantar nuevos monumentos de este arte; es preciso, pues, que sea muy necesario para la especie humana e incluso que sea para ella una fuente de muy dulces gozos.

En efecto, la arquitectura es entre todas las artes la que procura al hombre las ventajas más inmediatas, más grandes y más numerosas; el hombre le debe su conservación; la sociedad, su existencia; todas las artes, su nacimiento y su desarrollo; sin ella la especie humana, enfrentada a todos los rigores de la naturaleza, ocupada únicamente en defenderse de la necesidad, los peligros y el dolor, lejos de llegar a disfrutar de todas las ventajas de la sociedad, posiblemente hubiera desaparecido casi por completo de la superficie del globo.

Los arquitectos no son los únicos que tienen que construir edificios; los ingenieros de cualquier clase, los oficiales de artillería, etc., experimentan frecuentemente esa obligación; se podría incluso añadir que actualmente los ingenieros tienen más ocasiones de realizar obras que los arquitectos propiamente dichos. En efecto, éstos, en el curso de su vida no tienen que construir a menudo más que casas particulares, mientras que los otros,además del mismo tipo de edificios que les puedan ser encargados, igualmente, en las regiones apartadas, donde los arquitectos son muy
escasos, se encuentran por su condición llamados a levantar hospitales,prisiones, cuarteles, arsenales, almacenes, puentes, puertos, faros, en fin,una multitud de edificios de máxima importancia; así, los conocimientos y las aptitudes en arquitectura les son por lo menos tan necesarios como a los arquitectos de profesión.

Los medios que deben emplear para alcanzar un objetivo tan interesante y tan noble, serán mucho más difíciles de reconocer; algunas observaciones muy simples bastarán para hacérselos descubrir.
Por poco que observemos la marcha y el desarrollo de la inteligencia y de la sensibilidad, reconoceremos que en todas las épocas y en todos los lugares, todos los pensamientos del hombre y todas sus acciones tienen por origen estos dos principios: el amor al bienestar y la aversión a cualquier tipo de penalidad. Por esta razón los hombres, ya sea cuando,aislados construyeron sus viviendas privadas ya sea cuando reunidos en sociedad levantaron edificios públicos, tuvieron que intentar: 1º) sacar de los edificios que construían el mayor provecho y, en consecuencia, hacerlos de la manera más conveniente para su destino, y 2.º) construirlos primeramente de la manera menos penosa y más tarde, cuando el dinero se convirtió en el precio del trabajo, de la menos costosa.

Así, conveniencia y economía son los medios que debe emplear naturalmente la arquitectura y las fuentes de las que debe extraer sus principios, que son los únicos que pueden guiarnos en el estudio y en el ejercicio de este arte.

En principio, para que un edificio sea conveniente es preciso que sea sólido, salubre y cómodo.

En una superficie dada se observa que cuando está determinada por los cuatro lados de un cuadrado exige un contorno menor que cuando lo está por los de un paralelogramo y menor todavía cuando está determinada por la circunferencia de un círculo; que en cuestión de simetría, de regularidad y de simplicidad, la forma del cuadrado, siendo superior a la del paralelogramo, es inferior a la del círculo, por lo que tendremos que concluir que un edificio será tanto menos costoso cuanto más simétrico,
más regular y más simple sea. No es necesario añadir que si la economía prescribe la más grande simplicidad en todas las cosas necesarias, proscribe por completo todo lo que es inútil.

Lo que por un instante podría enfriar el ardor con el que deben naturalmente los alumnos de la Escuela Politécnica entregarse al estudio de la arquitectura sería, por un lado, el poco tiempo que le pueden consagrar y, por otro, el infinito número de objetos que la arquitectura abarca.

Hemos visto que este arte consistía en la composición y en la realización tanto de edificios públicos como de edificios privados. Estos dos géneros se subdividen en un gran número de especies, y cada una de estas especies es todavía susceptible de una infinidad de modificaciones.

Los edificios públicos son: las puertas de las ciudades, los arcos de triunfo, los puentes, las plazas públicas, los templos consagrados a la divinidad, los que deben servir de santuario a las leyes y a la justicia, los palacios destinados a la Administración y al Tesoro Público, los ayuntamientos, las escuelas, los colegios, las academias, las bibliotecas, los museos, los teatros, los mercados, los mataderos, los mercados centrales de cualquier tipo, las aduanas, las bolsas, las ferias, los baños públicos, los hospitales, las prisiones, los cuarteles tanto de infantería como de caballería, los arsenales, etc.; en una palabra, todos los edificios necesarios para el culto, el gobierno, la instrucción, los aprovisionamientos, el comercio, los
placeres, la salud, el consuelo de humanidad sufriente, la seguridad y la tranquilidad públicas, etc.

Los edificios privados son: las casas particulares en la ciudad y en el campo, las casas de alquiler, las casas de recreo, las casas rurales, así como todas sus dependencias, los talleres, los almacenes, etc. Las diferencias de costumbres, usos, climas, localidades, materiales y posibilidades pecuniarias, introducen necesariamente una multitud de variedades en cada clase de edificio y llevan hasta el infinito el número de proyectos que el arquitecto puede concebir y ejecutar.

Si en efecto para aprender arquitectura hiciera falta estudiar una detrás de otra las diversas clases de edificios en todas las circunstancias que puedan modificarlos, unos estudios semejantes suponiendo que fueran posibles, serían, por cierto, espantosamente largos. Quizá, se podría pensar que sería posible abreviarlos restringiéndolos a un determinado número de proyectos que se presumirían tener que ejecutar. Pero por muy grande que fuera este número, este estudio además de ser incompleto sería muy poco provechoso, pues, seguramente, no se adquirirían así más
que ideas particulares, aisladas, que lejos de prestarse un mutuo auxilio, se enfrentarían tanto más desorden y confusión en el espíritu cuanto más considerable fuera su número.

Además, podría suceder que a un arquitecto formado con este método se le encargara levantar un edificio del que no se hubiera ocupado jamás; desde luego no podría hacerlo, o lo que sería peor, solamente podría hacerlo muy mal, incluso suponiendo que este edificio hubiera sido uno de los temas de su estudio; pero estudiando para un terreno diferente de aquél sobre el que tendría que construirlo, esta única circunstancia, independientemente de una multitud de otras que podrían encontrarse al mismo tiempo, bastaría para que no lo saliera mucho mejor; el estudio específico que
hubiera hecho de este proyecto, lejos de serle de alguna utilidad, le perjudicaría, disuadiéndole de componer uno diferente; entonces, para hacer cuadrar sus planos con el terreno dado, se vería obligado a extender o comprimir sus partes, lo que casi siempre convertiría su composición en incorrecta e incluso, algunas veces, en completamente irrealizable.

Así pues, éste no es el modo como se debe estudiar la arquitectura. En efecto, este procedimiento no es aplicable al estudio de ningún arte ni de ninguna ciencia, sea la que sea. Un hombre que se propone seguir la carrera dramática no aprende a hacer tal o cual tragedia; ni un músico, tal o cual ópera; ni un pintor, tal o cual cuadro. En cualquier género que sea,antes de componer, hay que saber con qué se compone; ahora bien, no siendo la composición del conjunto de los edificios más que el resultado de
la unión de sus partes hay que conocer éstas antes de ocuparse del total; y no siendo estas mismas partes más que un compuesto de los elementos primarios, deberían ser los primeros temas que estudie un arquitecto tras haber estudiado los principios generales del que deben emanar todos los principios particulares.

De acuerdo con lo que nos indica la razón, de acuerdo con los métodos en uso en las escuelas de ciencias y de artes, donde se enseña a los alumnos a caminar desde lo simple a lo complejo, de lo conocido a lo desconocido, de manera tal que una idea prepara a la siguiente y que ésta recuerda infaliblemente a la otra, nos ceñiremos cada vez más a este plan de estudio que hemos seguido con anterioridad.

Después de haber expuesto los principios generales, tal y como acabamos de hacerlo en nuestra introducción, nos ocuparemos de los elementos de los edificios: los soportes aislados y entregados, los muros, las diferentes aberturas que se practican en ellos, los cimientos, las bóvedas, las techumbres y las terrazas. Examinaremos estos distintos temas: 1.º) en relación con los distintos materiales que puedan ser empleados en su construcción, y 2.º) en relación con las distintas formas y proporciones que deben tener por su naturaleza.

Cuando nos hayamos familiarizado bien con estos distintos objetos, que son a la arquitectura lo que las palabras son al discurso y las notas a la música, y sin el conocimiento perfecto de los cuales sería imposible ir más lejos, veremos: 1º) cómo se deben combinar entre sí es decir, cómo se deben disponer unos en relación a los otros, tanto horizontal como verticalmente; 2.º) cómo, por medio de estas combinaciones, se llega a la formación de las diversas partes de un edificio, como los pórticos, los porches, los vestíbulos, las escaleras interiores y exteriores, las salas de cualquier tipo, los patios, las grutas y las fuentes. Una vez que conozcamos bien estas diferentes partes veremos: 3.º) cómo a su vez hay que combinarlas al componer el conjunto de los edificios.

Tan perjudicial es, bajo cualquier concepto, sustituir en el estudio de la arquitectura el conocimiento de las exigencias generales que nos pertenecen a todos, y que son de todos los lugares y de todas las épocas, por el conocimiento de una multitud de pequeñas exigencias específicas de cada edificio, como más ventajoso sería, después de un estudio como el que acabamos de planear, pasar revista y analizar el mayor número de edificios posibles; no hay nada más apropiado para ejercitar el juicio y hacer fecunda la imaginación, para penetrar cada vez más en los
verdaderos principios de este arte y facilitar su aplicación. Este análisis era, hasta hace unos pocos años, la tercera parte de este curso, pero habiendo sido restringido después el tiempo dedicado al estudio de la arquitectura, en vista de la necesidad que había de él para otros estudios, estamos ahora obligados a limitar nuestro curso a las dos primeras partes.

Sin embargo, tomaremos de dicha tercera algunos ejemplos que repartiremos a lo largo de nuestras lecciones; y los alumnos que crean que después de su salida de la escuela tienen que hacer un estudio todavía más profundo de este arte, encontrarán su compendio en el volumen siguiente.

Después de todo lo dicho, se debe dar uno cuenta de cómo el estudio de la arquitectura, reducido a un pequeño número de ideas generales y fecundas, a un número poco considerable de elementos pero bastan para la composición de todos los edificios; a algunas combinaciones simples y poco numerosas, pero cuyos resultados son tan ricos y tan variados como los de las combinaciones de los elementos de lenguaje; se debe dar uno cuenta, digo, de cómo semejante estudio debe ser a la vez provechoso y sucinto; de cómo debe ser apropiado para dar a los alumnos habilidad
para componer bien todos los edificios, incluso aquellos de los que no hubieran oído hablar jamás, y al mismo tiempo para hacer desaparecer los obstáculos que la brevedad del tiempo parecía oponerles.

El dibujo sirve para darse cuenta de las ideas, ya sea cuando se estudia arquitectura, ya sea cuando se componen proyectos de edificios; sirve para fijar las ideas, de manera que se pueda con toda tranquilidad examinarlas de nuevo y corregirlas si es necesario; sirve en fin para comunicarlas a continuación, sea a los clientes sea a los diferentes contratistas que concurren en la realización de los edificios; se da uno cuenta, después de esto, de la importancia que tiene el lograr que sea familiar.

El dibujo es el lenguaje, para cumplir su cometido, debe estar perfectamente en armonía con las ideas de las que es expresión; ahora bien, siendo la arquitectura esencialmente sencilla, enemiga de toda inutilidad, de toda afectación, el tipo de dibujo que usa debe estar liberado de cualquier clase de dificultad, de pretensión, de lujo; contribuirá entonces singularmente a la celeridad, a la facilidad de estudio y al desarrollo de las ideas; en caso contrario no hará más que volver la mano
torpe, la imaginación perezosa e incluso, a menudo, el juicio falso.

Para dar una idea completa de un edificio es necesario hacer tres dibujos denominados planta, alzado y sección; el primero representa la disposición horizontal del edificio, el segundo su disposición vertical o su construcción, finalmente el tercero, que no es y no puede ser más que el resultado de los anteriores, representan su exterior.

Este es el camino que nos parece más natural seguir en la composición de un proyecto, cualquiera que sea; lejos de pensar que pueda poner trabas al genio, como quizá lo harían algunos arquitectos, lo creemos infinitamente apropiado para facilitar su desarrollo; pero esto suponiendo que haya calado con anterioridad en el verdadero espíritu de la arquitectura y que antes de aplicar este método ha calado, además, en aquél bajo el cual el proyecto que se esta desarrollando debe ser concebido; de otro modo, lejos de ayudarnos a componer de una manera satisfactoria, produciría el efecto
contrario. Se puede razonar partiendo de una hipótesis falsa, pero en este caso cuanto más exactos sean los razonamientos, más absurdas serán las consecuencias.

¡En qué desviaciones no caerían aquellos que, lejos de ver en la arquitectura un medio eficaz de contribuir a la dicha pública y privada, no vieran más que el de ganarse una reputación y adquirir algún tipo de gloria, al divertir nuestra vista con vanas imágenes! Unos, preocupados solamente por los órdenes y las columnas, al reducir el inmenso dominio de la arquitectura a los únicos edificios que admitan estos ornamentos, descuidarían todos los demás o bien dignándose ocuparse de ellos, pero de una manera capaz de satisfacer su amor propio, transformarían en palacios o en templos todos los edificios, incluso aquellos destinados a los usos más viles. Otros, no buscando más que el carácter y queriendo, de buen o de mal grado, dárselo a sus edificios, suprimirían, por el contrario, las columnas en aquellos en que serían más necesarias. Otros, finalmente, teniendo incesantemente la palabra genio en la boca, queriendo siempre hacer algo nuevo, se desesperarían si sus producciones se asemejaran a cualquier otra cosa o, mediante una extraña contradicción, no creerían
hacer nada bueno si sus proyectos no se parecieran más o menos a tal o cual edificio levantado por tal o cual edificio levantado por tal o cual arquitecto, aunque este edificio estuviera destinado a un uso completamente distinto del que se trate.

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martes, 4 de noviembre de 2008

LAS SIETE LÁMPARAS DE LA ARQUITECTURA

LAS SIETE LÁMPARAS DE LA ARQUITECTURA
John Ruskin

Los fragmentos que presentamos nos permiten apreciar los reparos que John Ruskin plantea a las innovaciones técnicas de su época.
Ruskin percibe con toda claridad las transformaciones que el hierro y la máquina deben producir en el mundo de la arquitectura: en primer lugar, una utilización racional y honesta del hierro ha de suponer el nacimiento de un nuevo lenguaje formal y, en consecuencia, la desaparición de las formas históricas de la arquitectura; en segundo lugar, el trabajo mecánico implica la pérdida del aura, de esa impronta irrepetible que caracteriza a todo objeto realizado por la mano del hombre.
Escindido entre su lucidez y su sensibilidad, Ruskin se ve obligado a proponer la renuncia al hierro y a la máquina ante la turbadora perspectiva de una arquitectura que ha de abandonar toda referencia al pasado y de renunciar a toda aura.
John Ruskin (Londres, 1819-Brantwood, Lake District. 1900). « The seven lamps of Architecture». en The works of John Ruskin. George Allen, Londres, 1903-1912. Ed. castellana. John Ruskin. Las siete lámparas de la arquitectura. Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia. Madrid, 1989.

II. Lámpara de la verdad
IX. Quizá la fuente más fecunda de ese tipo de decadencia contra la que debemos resguardarnos en nuestra época se presenta bajo “una forma extraña” cuyas leyes y límites propios no son fáciles de determinar. Quiero hablar del uso del hierro. La definición del arte de la arquitectura dada en el primer capítulo es independiente de los materiales empleados; sin embargo, ya que hasta principios del siglo XIX este arte se ha llevado a cabo en arcilla, en piedra y en madera, resulta que el sentido de la proporción y las leyes de la construcción se han basado, una completamente, las otras en gran parte, en las necesidades creadas por el empleo de esos materiales, mientras que el uso parcial o total de una armazón metálica sería considerado generalmente como una desviación de los principios básicos del arte. De un modo abstracto, no hay razón para que el hierro no se emplee lo mismo que la madera, y probablemente está próximo el momento en que se formule un nuevo código de leyes arquitectónicas que se adapte por completo a la construcción metálica. Creo, sin embargo, que la tendencia de nuestros gustos actuales y de nuestros recuerdos es delimitar la idea de arquitectura al trabajo no metálico. Y no falta razón. Siendo la arquitectura en su perfección la primera de las artes, como lo fue necesariamente en un principio, siempre precederá en cualquier nación bárbara a la posesión de la ciencia necesaria para obtener o para trabajar el hierro. Su primera existencia y sus primeras leyes dependerán, por tanto, del empleo de materiales asequibles, tanto en cantidad como por estar al alcance en la superficie de la tierra, es decir, arcilla, madera o piedra. Puesto que a mi entender no se puede evitar pensar que una de las principales dignidades de la arquitectura viene de su utilidad histórica, al estar esta última en gran parte subordinada a la estabilidad de los estilos, no se dará cuenta de que es justo conservar en la medida de lo posible, incluso en períodos de ciencia más avanzada, los materiales y los principios de las épocas anteriores.

V. Lámpara de la vida


XXI. Quizá me he detenido demasiado — esta forma de vitalidad que casi se distingue tanto por sus errores como por sus expiaciones. Sin embargo debo referirme brevemente a su siempre buena y necesaria influencia sobre los más pequeños detalles, en donde no puede ser reemplazada por los precedentes ni repetida por el decoro.
Aforismo 25: Un buen trabajo sólo puede hacerse a mano
He dicho al principio de este estudio que el bajo trabajo manual siempre podía distinguirse del trabajo a máquina; al mismo tiempo hacía notar que los hombres podían transformarse en maquinas y rebajar su labor al nivel del trabajo mecánico. Pero mientras los hombres trabajen como hombres, dedicándose de corazón a lo que hacen y haciéndolo lo mejor posible, por malos que sean los obreros, seguirá habiendo en la ejecución algo que no tiene precio. Siempre se verá que el obrero ha experimentado más placer en ciertos lugares que en otros —que se detuvo allí, que les dedicó más atención; luego habrá trozos descuidados, otros hechos deprisa; aquí el cincel golpeó fuerte, ligeramente y más lejos se hizo tímido. Si el obrero ha puesto alma y corazón en su trabajo todo esto se producirá en los lugares precisos cada trozo hará destacar al otro y el efecto del conjunto será como el de una poesía declamada y profundamente sentida; mientras que ese mismo dibujo ejecutado a máquina o por una mano sin alma no produciría más efecto que esa misma poesía recitada de memoria. Hay personas para quienes la diferencia será imperceptible, pero para quienes la poesía lo es todo —preferirán no oírla en absoluto a oírla mal recitada. Del mismo modo, para quienes aman la arquitectura, la vida y la expresión de la mano lo son todo. Prefieren no ver adornos a verlos mal esculpidos —esculpido sin alma, quiero decir—, No lo repetiré bastante, no es la escultura tosca, la escultura mal acabada la que es mala sino la escultura fría —la apariencia de una a igualmente repartida— la tranquilidad apacible siempre idéntica de un trabajo apático —la irregularidad de la carreta en el campo uniforme. En un trabajo acabado la frialdad será más notoria que en otro; al ir acabando sus obras los hombres se enfrían y se cansan; si es el pulimento lo que debe producir la perfección y si ésta no puede alcanzarse más que con la ayuda del papel de lija, más vale servirse directamente del torno mecánico. Pero si el buen acabado no es más que la expresión completa de la impresión deseada, el acabado perfecto es la expresión de una impresión viva y bien deseada. Me parece que no se comprende suficientemente que la escultura no consiste en tallar una forma en piedra sino en tallar el efecto. Muchas veces el mármol no dará la imagen de la verdadera forma. El escultor tiene que pintar con su cincel. Con la mayoría de sus golpes no pretende realizar la forma sino comunicarle fuerza, son toques de luz y de sombra, producen una arista o tallan una oquedad, no para conseguir una verdadera arista o una verdadera oquedad sino para conseguir un filón de luz o una mancha de sombra. De una manera tosca, este tipo de ejecución es muy visible en la antigua escultura francesa en madera: los iris de los ojos de esos monstruos quiméricos aparecen siempre audazmente recortados en agujeros que, situados de diferentes maneras y siempre sombríos, dan a sus fisonomías fantásticas de miradas oblicuas toda clase de expresiones extrañas y sorprendentes. Es posible que en las obras de Mino de Fiesola encontremos los más bellos modelos de esta pintura esculpida. Los efectos más sorprendentes se obtienen con un golpe angular y en apariencia tosco del cincel.
En las tumbas de la iglesia de Badia los labios de uno de los niños parecen inacabados si se les ve de cerca; sin embargo, la expresión es la más acabada e inefable que yo haya visto jamás en un trozo de mármol, sobre todo teniendo en cuenta su delicadeza y la dulzura de los rasgos infantiles. En un género más severo, la de las estatuas de la sacristía de San Lorenzo es equivalente y también en este caso por su carácter inacabado. No conozco ni una sola obra con formas absolutamente auténticas y completas en que se obtenga un resultado semejante (en las esculturas griegas ni siquiera se busca) .

domingo, 12 de octubre de 2008

Apertura

Esta es una nueva forma de contacto. Espero que se una puerta abierta al conocimiento y al intercambio.